Un Alcalde de 76 Años se Enfrenta a la Burocracia con el Arma Más Peligrosa: su Propio Estómago.

Caricatura satírica del alcalde de Noblejas en huelga de hambre rodeado por una muralla de burocracia.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de héroes. Pero no de esos héroes de capa y mallas que salvan el mundo de una invasión alienígena. Hablamos de héroes de verdad. Héroes de los que ya no quedan. Héroes como Agustín Jiménez, alcalde de Noblejas, un pueblo de Toledo. Un hombre de 76 años, diabético, que ha decidido enfrentarse al monstruo más temible de nuestro tiempo, la Burocracia Autonómica, armado con la única arma que le quedaba: su propio cuerpo.

La historia es de una sencillez que duele. El pueblo de Noblejas lleva 20 años pidiendo un instituto. Dos décadas. En 20 años a un país le da tiempo a organizar unas olimpiadas, a sufrir dos crisis económicas y a cambiar de rey. Pero, por lo visto, no le da tiempo a construir un edificio con aulas y un patio. Tras veinte años de enviar cartas, rellenar formularios y recibir palmaditas en la espalda, Agustín dijo basta.

¿Y qué hizo? ¿Organizó una manifestación? ¿Inició una petición en Change.org? No. Esas son cosas de millennials. Agustín es de otra pasta. Él hizo lo que hacían los hombres de antes cuando se les agotaba la paciencia: se declaró en huelga de hambre.

Es un choque de civilizaciones. En un despacho de Toledo, un consejero con traje y aire acondicionado recibe las noticias por videoconferencia. A 60 kilómetros, un jubilado de 76 años, sentado en una silla, le está hablando en el lenguaje más antiguo y universal que existe: el del sacrificio personal. Es como si en medio de una batalla de drones, uno de los contendientes sacara una espada.

Y, como era de esperar, la burocracia ha ganado el primer asalto. Agustín ha tenido que suspender su protesta por motivos de salud. Ha sido ingresado en el hospital. Porque la burocracia, amigos, tiene una ventaja sobre los seres humanos: no tiene páncreas. No se cansa. No se marea. Es un ente inmortal y gelatinoso que se alimenta de plazos, sellos y la desesperación de la gente. Puedes enviarle todas las cartas que quieras, puedes encadenarte a su puerta, puedes dejar de comer… A la burocracia le da igual. Ella seguirá con su digestión lenta e implacable.

Esta noticia es la metáfora perfecta de la España de las dos velocidades. La España de los discursos grandilocuentes sobre la «digitalización» y el «futuro», y la España de un alcalde que tiene que jugarse la vida para que los chavales de su pueblo no tengan que hacer 30 kilómetros cada día para estudiar.

Y lo más triste de todo es que, probablemente, ahora le harán caso. Ahora que ha salido en los periódicos, ahora que ha puesto su salud al límite, quizá algún preboste en Toledo descuelgue el teléfono y diga: «Oye, lo del instituto de Noblejas, ¿lo miramos ya o esperamos a que se nos muera el hombre?». Porque así funcionamos. No reaccionamos a la necesidad, reaccionamos al escándalo. No nos mueve la justicia, nos mueve el miedo a quedar mal en la foto.

Desde aquí, todo nuestro respeto para Agustín Jiménez. No es solo el alcalde de Noblejas. Es el último Quijote. Un hombre que ha decidido luchar contra los molinos de viento de la administración con la única lanza que tenía a mano. Ha perdido una batalla, sí, pero nos ha recordado a todos que, a veces, la protesta más silenciosa es la que más ruido hace. Y que hay causas por las que, incluso a los 76 años, merece la pena perder el apetito.

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