Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que emitir una alerta roja. Olviden las amenazas geopolíticas, olviden las crisis económicas. Un nuevo enemigo, silencioso y letal, ha llegado a nuestras costas. Y no viene a por nuestro petróleo, ni a por nuestros datos. Viene a por algo mucho más sagrado: viene a por nuestra miel. Se llama Vespa orientalis. El Avispón Oriental.
Llegaron de Oriente, como los antiguos hunos. Sin hacer ruido. Pequeños, blindados y con la mala leche de un sargento de la legión. Su objetivo no es conquistar ciudades, es aniquilar civilizaciones enteras: las de nuestras abejas. Son máquinas de matar perfectas, ninjas voladores que asedian las colmenas con una estrategia militar que ya querría para sí el Pentágono.
La escena es digna de una película de Ridley Scott. Imaginen a nuestras pobres abejas, esos seres maravillosos que se pasan la vida trabajando para que nosotros podamos endulzarnos el café, saliendo de su colmena. Y de repente, se encuentran con esto. Un bicho que es el triple de grande, con una coraza que parece de kevlar y unas mandíbulas que podrían cortar un alambre. Es como si una aldea de pacíficos hobbits fuera atacada por un escuadrón de Depredadores. No tienen ninguna oportunidad.
Y no nos equivoquemos, esto no es un simple problema para los apicultores. Esto es una declaración de guerra contra nuestro modo de vida. Porque sin abejas no hay polinización. Y sin polinización no hay frutas, no hay verduras, no hay vida. Y, lo que es infinitamente peor a corto plazo: no hay miel. ¿Se imaginan un mundo sin miel? ¿Un mundo donde la tostada del desayuno se queda huérfana? ¿Donde el yogur natural sabe a tristeza? Es un futuro distópico que no le desearía ni a mi peor enemigo.
Y mientras esta tragedia silenciosa ocurre en nuestros campos, ¿cuál es nuestra brillante respuesta como especie dominante del planeta? ¿Hemos desarrollado un rayo láser anti-avispones? ¿Hemos entrenado a un ejército de pájaros para combatirlos? No. Nuestra estrategia de defensa se basa, principalmente, en dos pilares:
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Poner trampas caseras: Que consisten en cortar una botella de plástico y meter dentro una mezcla de Coca-Cola, cerveza y un poco de vino dulce. Una trampa que, a veces, caza un avispón y, el resto del tiempo, atrae a todas las moscas, mosquitos y cuñados del vecindario.
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Rezar: Mucho.
Es enternecedor. Nos enfrentamos a una máquina de matar biológicamente perfecta con una botella de Fanta y la fe de un carbonero.
Y lo mejor de todo es la ONU de los insectos cabrones en la que se ha convertido España. No teníamos suficiente con la plaga de la avispa asiática (Vespa velutina), que ya había diezmado las colmenas del norte. Ahora llega su prima del sur, la oriental. Han decidido que la Península Ibérica es el lugar perfecto para celebrar su convención anual de «Aniquilemos a las Abejas». Solo falta que llegue la avispa africana y la australiana para completar el cartel del festival.
Así que la próxima vez que se sirva una cucharada de miel, saboréela. Disfrútela como si fuera la última. Porque en los campos de Andalucía, y pronto en los del resto de España, se está librando una guerra. Una guerra silenciosa que no sale en los telediarios, pero de cuyo resultado depende el futuro de nuestros desayunos. Y, de momento, vamos perdiendo.