(La escena: una sala de reuniones con vistas a la Gran Vía. Un PRODUCTOR JOVEN Y AMBICIOSO presenta un PowerPoint a un EJECUTIVO DE PLATAFORMA hastiado.)
PRODUCTOR: …y entonces, en el clímax del episodio dos, justo después de la entrevista con el primo que siempre sospechó, metemos la llamada real al 112. ¡Brutal! El espectador se va a quedar pegado al sofá. Es un cliffhanger orgánico.
EJECUTIVO (sorbiendo un café carísimo): Me gusta. ¿Tenemos material de la familia llorando? El llanto siempre sube la retención de audiencia un 15%.
PRODUCTOR: Tenemos el archivo completo. El llanto de la madre en la puerta del juzgado es oro puro. Lo pondremos a cámara lenta, con una música de piano melancólica. Muy cinematográfico.
EJECUTIVO: Perfecto. ¿Y el asesino? ¿Es carismático? Necesitamos un villano que genere debate en Twitter.
PRODUCTOR: No mucho, era un tipo más bien gris. Pero en postproducción podemos meter planos suyos mirando a cámara con un ligero zoom y una nota de sintetizador grave. Lo convertimos en Hannibal Lecter.
EJECUTIVO: Bien pensado. Dale luz verde. Pero que el título sea corto, enigmático. Algo como «Sombras en la Niebla: El Caso de…». Y asegúrate de que el último episodio insinúe que aún hay cabos sueltos. Así podemos sacar una segunda temporada si funciona bien.
El Bisturí del Absurdólogo: La Autopsia del Morbo Televisivo
Bienvenidos a la carnicería. Lo que acaban de leer es la esencia de la plaga audiovisual de nuestro tiempo. Esta crítica a los docu true crime no es solo una opinión, es una necesidad. El género que empezó como una evolución del periodismo de investigación se ha convertido en una línea de producción industrial de morbo, donde las tragedias reales son despiezadas, empaquetadas y servidas frías para nuestro consumo de fin de semana.
La última plataforma de streaming acaba de estrenar «el caso que conmocionó a un país». Y como esa, hay docenas. Todas siguen el mismo patrón, la misma fórmula que ha demostrado ser tan adictiva como éticamente dudosa.
La Fórmula del Dolor: Una Crítica a la Narrativa del True Crime
Todo buen producto necesita una fórmula, y la del true crime español es tan predecible como eficaz. Esta es la receta para cocinar una tragedia:
- La Víctima Angelical: El primer acto se dedica a santificar a la víctima. Fotos de la infancia, vídeos familiares, entrevistas con amigos que dicen «siempre saludaba». Es fundamental que la víctima sea pura para que el crimen sea más monstruoso.
- El Montaje «de Tensión»: Planos aéreos con drones, imágenes a cámara lenta, música que te eriza el vello y una voz en off que susurra preguntas retóricas. Todo diseñado para crear una atmósfera, aunque no haya nada nuevo que contar.
- El Desfile de Testimonios: Se entrevista a cualquiera que pasara por allí. El valor informativo es secundario; lo importante es el drama, la lágrima, la especulación.
- El Cliffhanger del Episodio: Cada capítulo debe terminar en un punto álgido, con una «revelación» o una nueva pregunta, para que el algoritmo de reproducción automática haga su magia.
El resultado de esta crítica a los docu true crime es claro: el periodismo desaparece y emerge la telenovela. No se busca la verdad, se busca un arco narrativo. No se busca justicia, se busca un buen final de temporada.
El Negocio de la Explotación: ¿Dónde Quedan las Víctimas?
El verdadero problema de este género no es su calidad cinematográfica, sino su dudosa catadura moral. Las víctimas y sus familias no son personajes de ficción, son personas reales cuya peor pesadilla es ahora el producto de entretenimiento de millones. ¿Alguien les ha preguntado si quieren que el asesinato de su hija sea el tema de conversación en la máquina de café de una oficina?
Este formato, a diferencia del periodismo serio que podemos leer en medios como [El País en su sección de sucesos], a menudo prescinde del rigor para centrarse en el impacto emocional. Recrea momentos dolorosos, explota el luto y convierte a los familiares en actores de un drama que nunca pidieron protagonizar.
Nuestra Adicción al Mal: De Espectador a Cómplice
¿Por qué nos enganchan tanto? Porque apelan a nuestros instintos más básicos: el miedo, la curiosidad por el mal, el alivio de que no nos haya pasado a nosotros. Las plataformas lo saben, y por eso nos sirven un banquete de desgracias en cómodas dosis de 45 minutos. Como ya vimos en nuestro [análisis sobre los algoritmos de las redes sociales], estas plataformas están diseñadas para crear adicción.
Esta crítica a los docu true crime nos obliga a mirarnos al espejo. Al devorar estos documentales, ¿estamos realmente interesados en la justicia o simplemente consumiendo morbo de una forma socialmente aceptada? Nos hemos convertido en voyeurs de la tragedia, sentados en la comodidad de nuestro sofá, juzgando las decisiones de la policía y especulando sobre la psicología del asesino.
La próxima vez que le des a «siguiente episodio» en una de estas series, haz una pausa. Pregúntate si estás viendo un documental o una autopsia en directo. Si estás buscando respuestas o solo calmando el aburrimiento con el eco del peor día en la vida de otra persona. Porque en esta nueva era del entretenimiento, la línea entre el testigo y el carroñero es cada vez más fina.