Crítica de ‘Joker: Folie à Deux’: Autopsia de un Sacrilegio Cinematográfico.

Caricatura del Joker y Harley Quinn en un número musical, como sátira de nuestra crítica de 'Joker: Folie à Deux'.

Buenas noches, profanadores del séptimo arte. Acomódense en sus butacas. Hoy, el Hater no viene a hacer una crítica. Viene a oficiar un funeral. El funeral por una de las películas más valientes, sucias y perturbadoras de la última década. Porque he visto Joker: Folie à Deux, y puedo confirmar que Todd Phillips no ha hecho una secuela. Ha desenterrado el cadáver de su propia obra maestra para ponerlo a bailar claqué mientras le tira billetes.

Un Réquiem por la Mugre: Lo que ‘Joker’ Fue

Hagamos memoria. Joker (2019) no era una película de superhéroes. Era un descenso a los infiernos. Era un puñetazo en el estómago de una sociedad enferma. Era la historia de un hombre invisible, de un enfermo mental aplastado por un sistema que primero lo ignora y luego lo crea. Era una sinfonía de la desesperación rodada en tonos ocres y con el sabor del óxido en la boca. Joaquin Phoenix no interpretaba a un personaje, encarnaba un dolor que traspasaba la pantalla. Era, como ya analizamos en su día en [nuestro Archivo del Disparate sobre Hollywood], una anomalía. Una obra de arte surgida por accidente de las entrañas de la maquinaria comercial.

Y entonces, Todd Phillips, el mismo hombre que nos guio por ese infierno, el mismo que nos obligó a mirar a la cara al monstruo que creamos, ha decidido que a ese infierno le faltaba algo. Le faltaba purpurina. Le faltaba un número musical. Le faltaba Lady Gaga.

El Pecado Original: ¿Por Qué Coño un Musical?

Esta es la pregunta que sobrevuela toda la crítica de ‘Joker: Folie à Deux’. La decisión de convertir una exploración psicológica tan cruda en un musical no es una decisión artística. Es una decisión de negocio. Es el acto de cobardía creativa más grande de la década. Es la constatación de que Hollywood, ante la más mínima chispa de originalidad, siente la necesidad irrefrenable de apagarla con un chorro de convencionalismo edulcorado.

Me imagino la reunión de producción. Un ejecutivo de Warner, con una sonrisa de tiburón y el signo del dólar en las pupilas, escuchando la idea de Phillips:

Ejecutivo: «Todd, cariño, la primera funcionó de maravilla. ¿Qué tienes para la secuela? ¿Más crítica social? ¿Más profundidad?».
Phillips: «Tengo una idea mejor. ¿Y si ahora… canta?».
Ejecutivo: (Se le ilumina la cara) «¡Brillante, Todd, brillante! ¡Un musical! ¡Podemos vender la banda sonora en Spotify! ¡Podemos hacer un videoclip con Lady Gaga! ¡Podemos nominarla al Oscar a Mejor Canción Original! ¡Es una sinergia perfecta! ¿Y de qué irán las canciones?».
Phillips: «Bueno, había pensado en un dueto sobre la insuficiencia de la sanidad mental en las instituciones penitenciarias…».
Ejecutivo: «¡Me encanta! ¡Va a ser un exitazo!».

Han cogido la tragedia de Arthur Fleck y la han convertido en un karaoke de lujo. Han profanado la esencia del personaje, que era su silencio, su torpeza, su dolor mudo, para ponerle a cantar baladas y a bailar coreografías en los pasillos de Arkham. El grito desgarrado de un hombre invisible se ha convertido en un estribillo pegadizo con arreglos de cuerda.

De la Locura de Dos a la Gira de Conciertos para Dos

El subtítulo, Folie à Deux («locura de dos»), prometía una exploración fascinante de la psicosis compartida entre Arthur y Harley Quinn. Pero la elección de Lady Gaga, una de las mayores estrellas del pop del planeta, lo convierte todo en una farsa. No han fichado a una actriz, han fichado a una marca. Su presencia no aporta profundidad dramática, aporta streams y visibilidad mediática.

Lo que debería ser una espiral de locura y codependencia tóxica se convierte en una sucesión de videoclips. No vemos a dos enfermos mentales encontrándose en el abismo, vemos a dos superestrellas (Phoenix y Gaga) pasándoselo en grande en un escenario de diseño. La química no es la de una psicosis compartida, es la de una gira de conciertos conjunta. Es «A Star is Born», pero con más maquillaje de payaso y menos sentido del ridículo.

Nuestra crítica de ‘Joker: Folie à Deux’ tiene que ser clara: la película traiciona a sus personajes. El Arthur Fleck que bailaba solo y de forma espasmódica en aquel baño, en un acto de liberación monstruosa, ahora baila coreografías perfectamente ensayadas. Su locura ya no es visceral, es estética. Han cogido el dolor y lo han envuelto en celofán.

El Mensaje Social, Ahogado en Autotune

Lo más trágico de todo es que la película cree que sigue siendo importante. Cree que sigue haciendo una crítica social. Hay canciones sobre la opresión, baladas sobre la gentrificación y, probablemente, un número de hip-hop sobre la brecha salarial. Pero el propio formato musical neutraliza cualquier mensaje.

Es imposible tomarse en serio una crítica al sistema capitalista cuando está siendo cantada en un número musical que ha costado 50 millones de dólares. La película se convierte en una parodia de sí misma. Es como intentar apagar un incendio con un lanzallamas.

Joker funcionó porque era real. Olía a basura, a sudor, a fracaso. Folie à Deux huele a laca, a maquillaje de escenario y a ambientador de pino. Ha cambiado la mugre por el glamour, el realismo por el espectáculo. Ha traicionado su única verdad.

Veredicto Final: El Cadáver de una Buena Idea

No les voy a decir que no vayan a verla. Al contrario. Vayan. Contemplen el cadáver de una buena idea. Vean cómo una industria aterrorizada por el riesgo es capaz de coger oro puro y convertirlo en bisutería. Vean cómo la promesa de profundidad se ahoga en una piscina de estribillos pop. Es una lección de cine. De cómo no se debe hacer cine.

Esta crítica de ‘Joker: Folie à Deux’ concluye que la película no es una secuela. Es el karaoke que se canta sobre la tumba de su predecesora. Un espectáculo brillante, carísimo y completamente vacío. Un monumento al cinismo de una industria que ya no sabe contar historias, solo sabe vender entradas. Y, por desgracia, venderá muchísimas.

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