Desde la sección de «Economía y Empresa» del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que informar de un movimiento audaz en el competitivo mercado inmobiliario de la Comunidad Valenciana. Una innovadora startup del sector agro-tecnológico, especializada en cultivos de interior de alto rendimiento, ha intentado llevar a cabo una OPA hostil para adquirir un activo estratégico en la localidad de Torrent. Las negociaciones para el traspaso del inmueble, según fuentes cercanas al caso, fueron, digamos, un poco acaloradas.
Los protagonistas de esta historia son un grupo de cinco emprendedores con una visión de negocio muy clara y, por lo que parece, un historial crediticio algo complicado, con más de 100 arrestos previos en su portfolio. Su plan de expansión pasaba por hacerse con una vivienda que, en ese momento, estaba siendo utilizada por un competidor del sector de la okupación residencial.
En lugar de recurrir a los métodos tradicionales de adquisición, como la negociación o la vía judicial (procesos lentos y aburridos), este dinámico equipo de gestores optó por una estrategia de «optimización de recursos» mucho más directa. Decidieron aplicar técnicas de team building un tanto agresivas para «incentivar» al ocupante actual a buscar nuevas oportunidades de mercado. Entre estas técnicas, se incluyó una sesión de brainstorming con objetos contundentes y una demostración práctica de las propiedades caloríficas de un soplete.
Esto, amigos, es el libre mercado en su expresión más pura. Es la ley de la oferta y la demanda, pero con un toque de Torquemada. Hemos pasado de la especulación inmobiliaria a la tortura inmobiliaria. Ya no se habla de «plusvalías», se habla de «quemaduras de segundo grado». Ya no se negocian «cláusulas», se negocia si puedes conservar tus cejas.
Y aquí es donde la absurdología se da de bruces con la cruda realidad. Porque esta noticia, más allá de su brutalidad, es el síntoma de una enfermedad mucho más profunda. Por un lado, tenemos el drama de la okupación, un problema enquistado que la política es incapaz de solucionar, dejando a los propietarios desamparados y creando un caldo de cultivo para la desesperación. Por otro, tenemos un sistema judicial tan garantista con el delincuente reincidente que permite que un equipo de «emprendedores» con un centenar de detenciones a sus espaldas siga operando en el mercado con total libertad.
La combinación es explosiva. Cuando la ley no ofrece soluciones, la gente (o, en este caso, la gentuza) busca las suyas propias. Y las soluciones que encuentran no suelen ser muy dialogantes. El resultado es este: una guerra de guerrillas por el control de un piso en Torrent, donde el que tiene el soplete más grande lleva las de ganar.
Mientras tanto, los políticos seguirán debatiendo en el Congreso. Unos dirán que el problema es la okupación. Otros dirán que el problema es la falta de vivienda. Y mientras ellos discuten, en la calle, el mercado se autorregula. Con sus propias normas. Y con sus propios métodos de persuasión.
Así que la próxima vez que escuchen a un economista hablar de «fuerzas del mercado», «competencia» y «adquisiciones estratégicas», recuerden esta historia. Porque a veces, detrás de esa jerga tan elegante, lo que hay es, simplemente, un tipo con un soplete diciéndole a otro que se largue de su puto piso. Y eso, amigos, es una lección de economía que no se enseña en las escuelas de negocios.