Adiós al Hombre que nos Enseñó a Resistir (y a Mover el Esqueleto en Guateques).

Caricatura homenaje a Manolo de la Calva del Dúo Dinámico, cantando en un escenario celestial.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hacer una pausa. Hoy no hay espacio para el sarcasmo afilado ni para la crítica mordaz. Hoy toca guardar el bisturí, bajar el volumen de la indignación y poner, a todo trapo, un disco de vinilo. Porque se nos ha ido un grande. Se ha ido Manuel de la Calva, el 50% de ese milagro musical y sociológico llamado Dúo Dinámico. Y cuando se va alguien que le ha puesto la banda sonora a la vida de tus padres, de tus abuelos y, al final, también a la tuya, solo se puede hacer una cosa: quitarse el sombrero.

Manolo, junto a su inseparable Ramón Arcusa, fue el arquitecto de la modernidad en un país que vivía en blanco y negro. En la España del NO-DO, el brasero y los guateques con permiso paterno, ellos aparecieron con sus guitarras, sus jerséis de pico y unas canciones que eran pura dinamita pop. Eran nuestros Beatles de bolsillo, nuestros Elvis con denominación de origen. Cantaban cosas tan revolucionarias como «Quince años tiene mi amor», «Quisiera ser» o «Eres tú», y conseguían que toda una generación de jóvenes, por primera vez, sintiera que tenía algo propio, un sonido que no era el de la copla de sus padres.

Fueron pioneros en todo. Fueron los primeros en desatar la histeria fan, en tener películas propias y en entender que la música también era una imagen. Eran modernos sin saberlo, influencers antes de que existieran las redes sociales. Y lo hicieron con unas canciones que, escuchadas hoy, son de una sencillez y una honestidad que desarman.

Pero la genialidad de Manolo y Ramón no se quedó en los guateques. Se convirtieron en dos de los productores y compositores más importantes de la historia de este país. Escribieron para otros. Y vaya si escribieron. ¿Les suena un tal Julio Iglesias? Pues ese «Soy un truhán, soy un señor» o el inmortal «La vida sigue igual» salieron de la chistera de estos dos fenómenos. Incluso se atrevieron a componer el «La, la, la» con el que Massiel ganó Eurovisión, una hazaña que hoy equivaldría a que España ganara el Mundial de fútbol y el de baloncesto el mismo año.

Y entonces, cuando parecía que su legado ya era historia de la música, llegó el año 2020. Llegó una pandemia, un encierro y un silencio que nos heló la sangre. Y en medio de esa extraña primavera de miedo e incertidumbre, ocurrió un milagro. De los balcones de toda España, cada tarde a las ocho, junto a los aplausos a los sanitarios, empezó a sonar una canción. Una canción de 1988 que, de repente, se convirtió en el himno no oficial de la resistencia de un país entero.

«Cuando pierda todas las partidas, cuando duerma con la soledad… resistiré, para seguir viviendo».

«Resistiré».

Esa canción, escrita por Manolo y Ramón, se convirtió en nuestro refugio. Era el grito de ánimo que nos dábamos los unos a los otros a través de las paredes. Era la promesa de que, a pesar de todo, saldríamos de aquello. Fue un fenómeno que ni el mejor publicista del mundo podría haber soñado. No fue marketing. Fue magia. Fue la prueba de que una buena canción, una canción escrita con el corazón, es eterna y puede renacer para salvarnos justo cuando más la necesitamos.

Hoy, Manolo de la Calva se ha ido. Pero nos deja un cancionero que es, en realidad, el álbum de fotos de nuestra propia historia. Nos deja el recuerdo de los primeros amores, de los veranos eternos y, sobre todo, nos deja el himno que nos enseñó a aguantar de pie cuando el mundo se caía a pedazos.

Así que, desde esta humilde consulta, hoy no hay análisis. Hoy solo hay gratitud. Gracias, Manolo. Por la música, por la alegría y por enseñarnos, cuando más falta nos hacía, a resistir. Sube el volumen, donde quiera que estés. La orquesta sigue tocando.

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