DESPACHO URGENTE DEL ABSURDÓLOGO DE GUARDIA – FRENTE DE AGUILAR DE CAMPOO (PALENCIA)
Aquí, su corresponsal de guerra, informando desde el epicentro del conflicto que amenaza con fracturar la paz social de la meseta castellana. Olviden las tensiones geopolíticas, olviden los debates parlamentarios. La verdadera batalla por el alma de España se está librando aquí, en la puerta de un bar llamado «La Tapería».
Día 1 del Asedio: La situación es tensa, pero estable. El hostelero, un valiente general atrincherado tras una barricada de barriles de cerveza y cajas de servilletas, resiste. En la puerta de su fortaleza, ha colgado su declaración de independencia, su particular «No pasarán». Un cartel que reza: «Se prohíbe la entrada a la gente de Aguilar de Campoo».
¡Qué declaración! ¡Ni Puigdemont en sus mejores tiempos se atrevió a tanto! Es una secesión en toda regla. El bar, ese microcosmos que es el alma de todo pueblo español, el verdadero Congreso de los Diputados donde se cierran tratos y se arregla el mundo, se ha declarado en rebeldía contra sus propios ciudadanos.
Enfrente, al otro lado de la calle, se han desplegado las fuerzas locales. No llevan armas, pero su mirada es letal. Son la «Guerrilla del Apúntamelo y ya te Pagaré Mañana». Expertos en tácticas de desgaste, observan el bastión con una mezcla de indignación y sed. Su estrategia durante años ha sido clara: ocupar una mesa durante tres horas con un café con leche y usar el bar como su oficina personal.
Según el parte de guerra emitido por el propio hostelero (el General de la Tapa), las causas del conflicto son profundas. Acusa a las tropas locales de «problemáticas», de pedir «fiao» como si fuera un derecho constitucional y de no consumir. En cambio, alaba a las tropas aliadas, los turistas, a los que describe como «clientes ejemplares». Pagan al contado, no dan la tabarra y se van. ¡El cliente perfecto!
Esto no es una simple disputa de bar. Es la quintaesencia de la picaresca española elevada a conflicto bélico. Es la batalla entre el que quiere ganarse la vida y el que considera que el bar del pueblo es una extensión de su propio salón.
Las negociaciones, de momento, están rotas. Se ha intentado enviar a un mediador, un jubilado llamado Manolo, experto en diplomacia de barra, pero ha sido en vano. La brecha parece insalvable. Los locales se sienten traicionados. «¿Cómo que no podemos entrar?», nos declara un vecino visiblemente afectado. «¡Si yo he visto nacer esa cafetera! ¡Tengo más horas metidas en esa silla que en mi propia casa!».
Mientras tanto, los turistas, ajenos al conflicto, entran y salen del bar, disfrutando de sus bravas y sus cañas, sin saber que están cruzando una línea de frente, que son, en realidad, colaboracionistas en esta cruenta guerra civil.
Detrás de esta anécdota, que parece sacada de un guion de Berlanga, se esconde el drama silencioso de la hostelería en la España vaciada. La lucha por la supervivencia, la tensión entre el cliente de toda la vida (que a veces es más un lastre que un cliente) y el forastero que te deja el margen de beneficio.
No sabemos cómo acabará la Batalla de Aguilar de Campoo. Quizá firmen un armisticio. Quizá el bar se convierta en una embajada para turistas. O quizá, en un acto de reconciliación, el dueño decida instalar un datáfono especial con una opción de «Pagar… ya si eso».
Lo único seguro es que esta historia pasará a los anales de nuestra historia más cañí. La historia del día en que un valiente hostelero de Palencia le declaró la guerra a sus propios vecinos. Y todo, por la más noble y antigua de las causas: que le pagaran las puñeteras consumiciones.