La Guerra contra el Aburrimiento: Crónica de la Batalla que tu Cerebro Perdió sin que te Dieras Cuenta.

Caricatura de un cerebro invadido por redes sociales, silenciando a la creatividad, como sátira de la guerra contra el aburrimiento.

Buenas noches, feligreses del absurdo. Hoy, en nuestra autopsia social de los sábados, vamos a hablar de un genocidio silencioso. De un exterminio que se está produciendo a plena luz del día, en cada semáforo, en cada ascensor, en cada sala de espera. Estamos asistiendo, sin apenas darnos cuenta, a la aniquilación de una de las experiencias humanas más fundamentales y productivas que existen: el aburrimiento.

Un reciente estudio de la Universidad de Comillas, que básicamente pone en cifras lo que ya intuíamos, es la esquela que certifica esta defunción: el tiempo medio que un adulto pasa al día sin mirar una pantalla se ha reducido a menos de 15 minutos. Hemos declarado la guerra contra el aburrimiento. Y, amigos, la hemos ganado. O, mejor dicho, la hemos perdido estrepitosamente.

Para entender la magnitud de esta catástrofe neuronal, he decidido llevar a cabo un experimento. Una odisea. Un viaje a las profundidades de mi propia y atrofiada mente. He intentado pasar una hora. Una sola y miserable hora, sentado en un sillón, sin móvil, sin tele, sin libro, sin nada. Solo yo y mis pensamientos. Lo que sigue es la crónica de esa tortura.

Diario de un Náufrago Mental: Una Hora sin Estímulos

Minuto 0: Comienza el experimento. Me siento. El silencio de la habitación es… ruidoso. No estoy acostumbrado. Mi mano, por un acto reflejo pavloviano, viaja a mi bolsillo. Pero el móvil no está. Siento una punzada de pánico. Es el «síndrome del miembro fantasma» digital.

Minuto 5: Siento un picor en el bolsillo. Sé que es imaginario, pero mi sistema nervioso, adicto a la vibración, empieza a generar sus propias notificaciones. La ansiedad comienza a subir por mi garganta como una marea. Mi cerebro, privado de su dosis de dopamina, empieza a buscarla desesperadamente. ¿Qué estará pasando en el mundo?

Minuto 12: Estoy seguro de que he oído el sonido de una notificación de WhatsApp. Completamente seguro. Me giro. No hay nada. Son alucinaciones auditivas. El mono digital es real. Mi mente, en su desesperación por un estímulo, se los inventa. Empiezo a pensar en cosas aleatorias. ¿He cerrado el gas? ¿Qué fue de aquel amigo del colegio? ¿Por qué los flamencos son rosas? Son pensamientos inconexos, fuegos artificiales de una mente que no sabe estar quieta.

Minuto 25: La ansiedad es insoportable. Este es el verdadero «pánico al aburrimiento» del que habla el informe, una dolencia que ya es objeto de estudio, como se puede leer en análisis de medios como [The Objective]. ¿Y si ha estallado la Tercera Guerra Mundial? ¿Y si mi primo ha subido una foto de su gato y yo no estoy ahí para darle ‘like’? ¿Y si me estoy perdiendo el meme del día? Siento que el mundo sigue girando a una velocidad vertiginosa y yo me he quedado varado en una isla desierta. Mi propia mente es la isla. Y es un lugar mucho más inhóspito de lo que recordaba.

Minuto 40: Algo empieza a cambiar. La ansiedad, agotada de gritar, empieza a ceder. El torrente de pensamientos basura se calma. Y en el silencio que queda, empiezan a surgir otras cosas. Ideas. Viejos recuerdos que no sabía que tenía. La melodía de una canción que llevaba años sin escuchar. De repente, conecto dos ideas para un artículo que llevaba semanas atascado. Es un momento de una claridad casi mística. Es mi cerebro, por fin, haciendo su trabajo: pensar, en lugar de solo reaccionar.

Minuto 60: Suena la alarma. El experimento ha terminado. Siento un alivio inmenso. Cojo el móvil. Tengo 37 notificaciones. Ninguna era importante.

La Autopsia: ¿Qué hemos Perdido en esta Guerra?

Lo que he experimentado en esa hora es lo que nuestra sociedad ha decidido erradicar. Hemos confundido «estar ocupado» con «ser productivo». Hemos confundido «inactividad» con «pérdida de tiempo». Y en esa confusión, hemos asesinado al aburrimiento.

El aburrimiento, amigos, no era un enemigo. Era nuestro aliado. Era el lienzo en blanco. Era el espacio vacío en el que la mente, libre de la tiranía de los estímulos externos, podía divagar, conectar ideas, ser creativa. Era la cuna de la introspección, el único momento en el que podíamos escucharnos a nosotros mismos sin el ruido de fondo del mundo. De la mente aburrida de un oficinista de patentes llamado Einstein surgió la teoría de la relatividad. De la nuestra, hoy, surge el impulso de ver otro vídeo de TikTok.

Esta guerra contra el aburrimiento la hemos librado con el arma más perfecta jamás creada: el smartphone. Un dispositivo diseñado para parchear cada microsegundo de inactividad de nuestras vidas. La cola del supermercado, el viaje en metro, el semáforo en rojo, el ascensor… ya no son pausas. Son oportunidades para consumir. Para hacer scroll. Para recibir otra pequeña dosis de dopamina que nos mantenga enganchados, pasivos y, sobre todo, rentables.

Porque esa es la clave. Nuestra atención es el petróleo del siglo XXI. Y las grandes tecnológicas son las petroleras. Y no van a permitir que haya ni una sola gota de nuestra atención que no esté siendo extraída, procesada y vendida al mejor postor. El aburrimiento, desde un punto de vista capitalista, es un recurso desperdiciado.

El resultado es una sociedad con un déficit de atención crónico, con una capacidad de concentración digna de un pez de colores y con una ansiedad galopante. Hemos perdido la habilidad de estar a solas con nuestros propios pensamientos, porque nuestros pensamientos, a menudo, nos incomodan. Y es mucho más fácil silenciarlos con el ruido de fuera que enfrentarnos a ellos.

Así que la próxima vez que se encuentren esperando en una cola, luchen contra el impulso. Guarden el móvil. Miren a su alrededor. No hagan nada. Absolutamente nada. Al principio será un infierno. Pero si aguantan, quizá, solo quizá, su cerebro se lo agradezca. Y puede que hasta se les ocurra una idea. O que simplemente respiren. Y descubran que eso, en el mundo en que vivimos, es el acto más revolucionario de todos.

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