Tu Abuelo con un Sueldo se Compró una Casa; Tú con Dos Másteres Aspiras a Pagar una Litera.

Caricatura satírica de una familia siendo aplastada por un documento gigante de hipoteca, simbolizando la crisis de la vivienda.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de un misterio fascinante, de una involución digna de estudio: la encogida del sueño español. Es como si hubiéramos metido nuestras aspiraciones vitales en la lavadora con un programa de agua caliente y ahora nos hubieran devuelto una versión encogida y deforme de lo que un día fue.

Hagamos un pequeño viaje en el tiempo, una crónica generacional del ladrillo:

Generación 1: El Abuelo (años 70-80).
Tu abuelo, con el sueldo de un solo jornalero en la SEAT y el graduado escolar, se compró una casa. Una casa de verdad. Con su patio para el geranio, su tejado para las goteras y su hipoteca a 15 años que pagaba religiosamente mientras maldecía al director del banco. No era un palacio, pero era suya. Era un hogar.

Generación 2: El Padre (años 90-2000).
Tu padre, ya en la era del «España va bien», necesitó dos sueldos (el suyo y el de tu madre) para meterse en un piso de 90 metros cuadrados en un barrio nuevo a las afueras. Una hipoteca a 30 años que se convirtió en el tema de conversación principal de todas las cenas de Navidad. Ya no había patio, pero había «zonas comunes con piscina», que es la versión moderna y clorada del patio. Era un «activo inmobiliario».

Generación 3: Tú (Presente).
Y ahora llegas tú. Con tus dos carreras, tu máster en «Dirección de Sinergias Digitales», tu nivel C1 de inglés y tu capacidad para teletrabajar mientras haces la digestión. ¿Y a qué aspiras tú? Aspiras a que te acepten en el casting para compartir un piso de tres habitaciones con otras cuatro personas. Aspiras a pagar 800 euros por el privilegio de ocupar una habitación donde la cama, el escritorio y el armario son el mismo mueble multifuncional de Ikea. Tu sueño ya no es una casa, ni un piso. Tu sueño es una litera.

Las noticias lo confirman: la cuota media de las nuevas hipotecas ha alcanzado un máximo histórico. El esfuerzo para pagar una vivienda es el más alto en décadas. El Euribor, ese monstruo mitológico que devora nuestras nóminas, está desatado. Y los precios de la vivienda… bueno, los precios de la vivienda han decidido que la gravedad es opcional.

Hemos vuelto al medievo, pero con wifi. Somos los nuevos siervos de la gleba, atados no a la tierra de un señor feudal, sino a la hipoteca de un fondo buitre. El «ascensor social» se ha averiado. Y parece que el técnico está de vacaciones indefinidas.

La publicidad inmobiliaria se ha adaptado a esta nueva y emocionante realidad. Ya no lees «amplio y luminoso». Ahora lees:

  • «Acogedor estudio interior de 15m²»: Traducción: es un zulo sin ventanas donde si estiras los brazos tocas las dos paredes. Ideal para gente que no necesite moverse mucho. O respirar.

  • «Coqueto loft con cocina americana»: Traducción: el microondas está al lado de la almohada. Una oportunidad única de freír un huevo sin salir de la cama.

  • «Piso con excelente comunicación»: Traducción: tienes la parada del autobús debajo de la ventana y un semáforo que te canta flamenco cada 30 segundos.

Esta no es una simple crisis económica. Es una estafa generacional. Es la ruptura de un contrato no escrito que decía que, si te esforzabas, si estudiabas, si trabajabas, podrías vivir, como mínimo, un poco mejor que tus padres. Y ahora resulta que te esfuerzas, estudias y trabajas solo para poder vivir como un estudiante erasmus, pero con 40 años y alopecia.

Así que, la próxima vez que su abuelo le cuente la batallita de cómo compró la casa del pueblo por cuatro duros, no se deprima. Mírele con ternura. Pertenece a una civilización extinguida. Usted es un pionero. Un explorador de la nueva frontera de la precariedad. Y su hogar, esa habitación de 8 metros por la que paga un riñón, es el testimonio de su increíble capacidad de resistencia. O de aguante.

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