Carta de Amor a Renfe: Gracias por Quitarme el Tren Barato para Ponerme uno Caro (que Prometes que Costará lo Mismo).

Caricatura satírica de dos trenes idénticos, un AVLO y un AVE, chocando mientras un directivo de Renfe mira un gráfico que no entiende.

CARTA ABIERTA A LOS GENIOS DEL MARKETING DE RENFE

A la atención de: Departamento de «Mejora de la Experiencia del Viajero» (o como se llame ahora).
De parte de: Un cliente fiel, cínico y con el culo pelado de esperar en vuestros andenes.

Queridos amigos de Renfe:

Les escribo esta misiva con el corazón rebosante de una emoción que creía ya extinguida: la esperanza. He leído en la prensa su último y valiente movimiento estratégico. Van a sustituir los trenes de bajo coste, los Avlo, por flamantes trenes AVE en la ruta Madrid-Barcelona. Y, aquí viene la parte que me ha hecho llorar de pura gratitud, aseguran que mantendrán los «precios competitivos».

¡Qué maravilla! ¡Qué generosidad! ¡Un AVE al precio de un Avlo! Es el sueño de todo viajero hecho realidad. Es como si vas a un bar a por un chato de vino de la casa y el camarero te dice: «No, hoy le pongo un Vega Sicilia, pero se lo cobro a precio de Don Simón». ¡No sé cómo darles las gracias!

Permítanme que, mientras aguardo con el alma en vilo la materialización de esta utopía ferroviaria, tome algunas precauciones. Por si acaso. Por si vuestro concepto de «precio competitivo» se parece sospechosamente al mío de «sablazo a mano armada». He decidido ir vendiendo uno de mis riñones. El izquierdo, que lo uso menos. Así, cuando en septiembre descubra que el «precio competitivo» es solo un 20% más barato que el de un billete de avión en primera clase, ya tendré liquidez.

Porque, queridos amigos, no es que desconfíe de ustedes. ¡Dios me libre! Es que tengo memoria.

Recuerdo cuando prometieron que el AVE traería la «vertebración del territorio». Y lo ha vertebrado, sí, pero solo para quien puede permitirse pagar 100 euros por ir a ver a su primo de Sevilla. El resto seguimos usando un Talgo que tarda siete horas y que tiene los mismos asientos desde la época de Franco.

Recuerdo cuando prometieron una «puntualidad suiza». Y es verdad, a veces son puntuales. Sobre todo el día que tú llegas tarde a la estación. Ese día, el tren sale con una precisión que ni el reloj atómico de Greenwich.

Y recuerdo, cómo no, la web. Esa obra maestra del diseño informático, ese laberinto digital en el que comprar un billete es más difícil que descifrar el Código Da Vinci. Una web que, cada vez que la «mejoran», se vuelve un 15% más lenta y un 30% más incomprensible.

Así que, discúlpenme si acojo su última promesa con el mismo escepticismo con el que acogería a un político que me promete que va a bajar los impuestos. La intención es buena, seguro. Pero la experiencia es un grado.

Lo que ustedes llaman «reorganizar la oferta para mejorar la experiencia» nosotros, los humildes mortales que pagamos los billetes, lo traducimos como «vamos a quitar la opción barata para que no tengas más remedio que pagar la cara». Es el lenguaje corporativo, ese dialecto maravilloso diseñado para que una mala noticia suene a villancico. Es como cuando tu jefe te dice que va a «optimizar los recursos salariales». Ya sabes que en la próxima nómina te va a faltar un trozo.

Pero no quiero ser aguafiestas. Quiero creer. Quiero tener fe. Quiero pensar que, esta vez sí, cumplirán su palabra. Que podré viajar en un AVE reluciente, a 300 km/h, por el mismo precio que me costaba ir en un tren morado con asientos de plástico.

Y si no es así, no se preocupen. Tampoco me sorprenderá. Al fin y al cabo, ustedes nos han enseñado la lección más importante de todas: en un viaje con Renfe, lo de menos es el destino. Lo importante es la aventura de no saber cuánto te va a costar, si llegarás, y si el vagón cafetería tendrá bocadillos de tortilla.

Con mi más profunda y competitiva gratitud,

Un Absurdólogo de Guardia.

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