Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que celebrar un hito, un triunfo de la ciencia que responde a una de las plegarias más antiguas y universales de la humanidad. Olviden la cura de la calvicie, olviden los coches voladores. La empresa de biotecnología Loyal, bendita sea, ha conseguido la aprobación para un fármaco que promete extender la vida de nuestros perros.
¡Se acabó el drama! ¡Se terminó la principal fuente de lágrimas de nuestra infancia y nuestra madurez! Nuestro fiel compañero, nuestro mejor amigo, el único ser que se alegra de vernos aunque lleguemos a casa oliendo a derrota, podrá disfrutar de más años a nuestro lado. Más paseos, más juegos, más siestas en el sofá. Es una noticia maravillosa. Perfecta. ¿Qué podría salir mal?
Para responder a esta pregunta, hemos conseguido acceder en exclusiva al diario personal de Toby, un Golden Retriever de 12 años cuya familia humana acaba de decidir que va a participar en el ensayo clínico.
DIARIO DE TOBY, EL PERRO (CASI) INMORTAL
Día 4.825 de mi vida:
La humana ha llegado a casa llorando. Pero de las veces que llora de alegría, creo. Me ha abrazado muy fuerte y me ha dicho entre sollozos algo así como «vamos a estar juntos para siempre, Toby». Me ha dado media salchicha. No entiendo nada, pero la salchicha estaba buena. He movido la cola.
Día 4.830 de mi vida:
Hoy ha empezado el «tratamiento». Me han dado una pastilla escondida en un trozo de queso. El humano, mientras me la daba, me ha mirado con la misma cara de ilusión que pone cuando hay fútbol. Me ha hablado de todas las «aventuras» que vamos a vivir juntos ahora que tendré «más tiempo». La última «aventura» fue acompañarle a pasar la ITV del coche. Estuvimos tres horas en un polígono industrial. Estoy empezando a dudar de su concepto de «aventura».
Día 5.100 de mi vida (13 años y medio, según mis cálculos):
Me siento bien. La pastilla debe de funcionar. El problema es que el humano no. Hoy ha llegado a casa refunfuñando. Ha pasado 45 minutos gritándole a una señora por el teléfono. La señora se llama «Hacienda» y, por lo visto, es muy mala persona. Después de colgar, se ha sentado en el sofá, me ha mirado y ha dicho: «Menos mal que te tengo a ti, Toby. Eres lo único bueno de mi vida». Acto seguido, ha suspirado y ha empezado a mirar ofertas de freidoras de aire en el móvil. Me siento un poco como su ancla emocional, lo cual es una gran responsabilidad para alguien cuyo principal objetivo del día es encontrar un palo de buen tamaño.
Día 5.475 de mi vida (15 años. Debería estar ya persiguiendo conejos en el cielo de los perros):
La humana se ha ido. Se ha llevado sus cosas en unas cajas. El humano y ella han discutido mucho estas últimas semanas. Usaban palabras que no entiendo, como «incompatibilidad», «monotonía» y «es que ya ni me escuchas». Ahora el humano llega a casa aún más tarde. A veces huele a cerveza triste. Me abraza mucho y me dice: «Ahora solo nos tenemos el uno al otro, colega». Luego pide una pizza y llora viendo una comedia romántica. Francamente, esto es un poco deprimente. Echo de menos cuando solo me preocupaba de si la pelota caería dentro o fuera del seto.
Día 5.840 de mi vida (16 años. Soy Matusalén con pelo):
¡El humano tiene una nueva obsesión! Se llama «pan de masa madre». La casa huele raro y hay harina por todas partes. Pasa horas mirando una masa informe en un bol, esperando a que «fermente». Me mira y me dice: «Esto es vida, Toby, esto es conectar con lo ancestral». Yo creo que se está volviendo loco. El otro día intentó darme un trozo. Sabía a amargura y a sueños rotos. Sigo prefiriendo la salchicha.
Día 6.205 de mi vida (17 años. He visto a tres presidentes del gobierno pasar. Y a cuatro entrenadores del Madrid):
Hoy ha venido una humana nueva a casa. Es simpática. Me rasca detrás de las orejas. El humano está diferente. Se ríe más. Ha dejado de hacer pan. Ahora su hobby es intentar montar un mueble de Ikea. He presenciado escenas de una tensión y un lenguaje soez que no había oído en mi vida. Creo que la palabra «puta» y el nombre de un tornillo sueco llamado «Sven» van a quedar grabadas en mi alma para siempre.
Y aquí es donde reside la gloriosa y tragicómica paradoja de esta noticia. La ciencia, en su infinita bondad, nos ha regalado lo que le pedíamos: más tiempo. Pero no nos avisó de la letra pequeña. No nos avisó de que ese tiempo extra sería para que nuestro perro, ese ser de pura bondad y simpleza, se convirtiera en el testigo silencioso de nuestras miserias, de nuestras crisis de los 40, de nuestros divorcios, de nuestras estúpidas modas y de nuestra incapacidad para montar un puto mueble.
Le hemos condenado a un par de años extra de vernos llegar a casa agotados, de escucharnos quejarnos de la hipoteca, de vernos pegados a una pantalla. Quizá, solo quizá, Toby prefería morir en paz a los 14 años, con el recuerdo de un humano feliz que le tiraba la pelota, en lugar de vivir hasta los 17 para verle llorar porque la masa madre no le ha subido.
Al final, este fármaco no solo alarga la vida de nuestros perros. También alarga el tiempo que tienen para juzgarnos. Y con su mirada llena de una sabiduría infinita y silenciosa, nos harán la pregunta más difícil de todas: «¿De verdad, humano? ¿Para esto querías que me quedara?».
Al menos, habrá más caricias. Supongo.