Streamer se Disloca un Hombro y Descubre que los ‘Likes’ no Valen como Ibuprofeno.

Caricatura del streamer Westcol haciéndose un selfie en el hospital tras su combate de boxeo.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy nos enfrentamos a una de esas noticias que te obligan a mirar el calendario para asegurarte de que no has viajado en el tiempo a una versión absurda del Imperio Romano. Resulta que un streamer —que, para los que aún usamos agenda de papel, es una especie de presentador de televisión que emite desde su dormitorio— ha acabado en el hospital. ¿La causa? Una indigestión de Doritos, quizá. ¿Una contractura por estar sentado 18 horas seguidas? Frío, frío. La causa ha sido un combate de boxeo.

 

Sí, han leído bien. Boxeo. El noble arte de pegarse mamporros hasta que uno de los dos se acuerda de que tiene que ir a comprar el pan. El evento, bautizado con el rimbombante nombre de «Supernova Strikers», reunió a varias de estas estrellas del firmamento digital en México para darse de tortas, un espectáculo que, por lo visto, genera más expectación que un debate sobre la investidura. El protagonista de nuestra crónica, un chaval llamado Westcol, tuvo la mala fortuna de que, en mitad de la refriega, su hombro decidió unilateralmente abandonar su puesto de trabajo. Una luxación, en términos médicos. Una putada, en castellano de Valdezarzas.

Y aquí es donde la absurdología entra en juego. El chaval, en lugar de quedarse en una esquina maldiciendo su suerte, ha convertido su lesión en el contenido de la semana. Ya me lo imagino: «¡Hola, familia! Hoy hacemos el unboxing de mi propio cabestrillo. ¡Si llegamos a los 100.000 likes, subo la radiografía!». Es la nueva lógica del espectáculo: el dolor ya no se sufre, se monetiza. La tragedia no se llora, se retransmite en directo con un código de descuento para una pomada antiinflamatoria.

Este fenómeno, popularizado por pioneros como Ibai Llanos con su «Velada del Año», es la evolución natural de una sociedad que ha convertido la atención en la moneda más valiosa. Antes, para ser famoso, tenías que tener talento: cantar, actuar, escribir. Ahora, solo necesitas una conexión a internet estable y la disposición a hacer el ridículo (o, en este caso, a arriesgar el físico) a escala masiva. Y funciona. Millones de personas pagan por ver a dos tipos que hace seis meses se dedicaban a reaccionar a vídeos de gatitos, intentando aplicarse mutuamente los principios básicos de la física de Newton en la mandíbula.

Es el Coliseo Romano con fibra óptica. El «pan y circo» de toda la vida, pero ahora el circo lo retransmiten por Twitch y el pan te lo trae un repartidor en moto. No juzgo, solo constato. Quizá sea una válvula de escape necesaria. Quizá, en un mundo cada vez más digital y aséptico, necesitamos ver algo visceral, algo real, aunque sea la dolorosa imagen de un húmero saliéndose de su sitio.

Lo que es innegable es que se ha creado una nueva categoría de lesión laboral. Antes, te caías de un andamio o te cortabas con una sierra. Ahora, te dislocas un hombro intentando conectar un uppercut para generar engagement. La mutua del trabajo del futuro va a tener que contratar a especialistas en «traumatología por viralización».

Así que, desde aquí, le deseamos a Westcol una pronta recuperación. Y un consejo no solicitado: la próxima vez, que se peguen con mandos de la consola, como se ha hecho toda la vida. Duele menos. Y, sobre todo, no corres el riesgo de que, mientras estás en la camilla del hospital, tu sobrino Aitor te diga: «Tío, qué putada, pero… ¿lo has grabado en vertical o en horizontal?». Porque en este mundo, querido amigo, lo importante no es que te caigas, sino que la caída tenga buena resolución.

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