Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de ese camello digital, de ese traficante de nostalgia con sede en California que responde al nombre de Blizzard. Justo cuando pensabas que lo habías superado, justo cuando tu vida había empezado a tomar la forma reconocible de la de un adulto funcional —con sus facturas, sus reuniones de vecinos y esa emocionante actividad llamada «separar la ropa por colores»—, ellos vuelven. Y vuelven como siempre: con una nueva dosis.
Han anunciado una nueva expansión para World of Warcraft. Se llama «Midnight». Un nombre poético y evocador que, traducido al lenguaje de los mortales, significa: «Medianoche… la hora a la que te darás cuenta de que llevas ocho horas seguidas matando jabalíes y que mañana tienes que madrugar».
Es un ritual tan predecible como conmovedor. Cada dos años, Blizzard saca su mejor pala y empieza a desenterrar los cadáveres de nuestras vidas sociales pasadas. Y nosotros, como zombis obedientes, nos levantamos de nuestras tumbas de la responsabilidad y volvemos a Azeroth.
La estrategia es una obra maestra de la manipulación emocional. No te venden un juego, te venden un billete de vuelta a tu juventud. Te susurran al oído: «¿Recuerdas cuando tu única preocupación era si te caería esa espada épica? ¿Cuando tus ‘amigos’ eran un elfo de la noche sanador y un enano tanque con problemas de alcohol? Puedes volver. Solo por un ratito». Y caes. Caes de cabeza.
Esta vez, además, no vienen con una sola dosis. ¡No! Vienen con una trilogía entera, «The Worldsoul Saga». Tres expansiones interconectadas. Es el equivalente a que tu camello de confianza te diga: «Mira, para que no tengas que venir cada dos por tres, aquí tienes material para los próximos seis años. Ya me lo irás pagando». Quieren asegurarse de que tu productividad, tu vida de pareja y cualquier intento de leer un libro queden aniquilados hasta, como mínimo, 2030.
Y lo peor es que funciona. Justo cuando habías aprendido a cocinar algo que no fuera pizza congelada, justo cuando habías empezado a reconocer el nombre de los árboles de tu parque, Blizzard te recuerda que hay un dragón ancestral muy enfadado en Quel’Thalas que necesita urgentemente que le pegues doscientas veces con un hacha mágica. Y de repente, tus prioridades vitales, cuidadosamente construidas durante años, se van al carajo. El dragón es más importante que la reunión de mañana. La mazmorra es más urgente que sacar a pasear al perro. El raid es más sagrado que el aniversario de tu boda.
Es una máquina del tiempo perfecta. Te sientas a jugar un viernes por la tarde, «solo un ratito para ver cómo es», parpadeas, y de repente es lunes por la mañana, hueles a cueva, tienes ojeras que parecen equipaje de mano y te das cuenta de que has sobrevivido el fin de semana a base de café y restos de una bolsa de patatas fritas. Has viajado en el tiempo, has perdido 48 horas de tu vida, pero, eh, tienes unas hombreras nuevas que brillan en la oscuridad. Ha merecido la pena.
No nos engañemos, World of Warcraft es más que un juego. Es un universo paralelo, un refugio para una generación entera. Y Blizzard lo sabe. Sabe que no vende gráficos de última generación, vende pertenencia. No vende misiones, vende recuerdos. Y por eso, cada vez que anuncian una nueva expansión, una parte de nosotros, esa parte que se niega a admitir que ya tiene que pagar una hipoteca, vuelve a casa.
Así que, bienvenidos de nuevo al Yermo, héroes de Azeroth. Afilad las espadas, memorizad los hechizos y, sobre todo, pedid perdón por adelantado a vuestros jefes, a vuestras parejas y a vuestras mascotas. Porque la medianoche se acerca. Y todos sabemos que, una vez más, nos va a pillar despiertos.